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EL ASESINATO DEL PADRE MUGICA


domingo 25 mayo de 2014 | | documento | tIemPo ARGentIno 1
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www.tiempoargentino.com | domingo 25 mayo de 2014

Documento

Los guardianes de Mugica


El 11 de mayo de 1974, la Triple A asesinó Carlos Mugica. El cura fue sorprendido a la salida de la parroquia de San Francisco Solano. Recibió 14 impactos de bala. Su amigo Ricardo Capelli, que estaba con él, recibió cuatro. Ambos fueron trasladados al Hospital Salaberry. Allí fueron operados por el cirujano Marcelo Larcade. Capelli y Larcade nunca más se vieron. Hoy, 40 años más tarde, se reencontraron en la redacción de Tiempo Argentino.

Ricardo Capelli: –¡Qué lindo verte! ¡Qué lin- do verte! Un cacho de este cuerpo que me
quedó ¡te lo debo a vos! Marcelo Larcade: –Para mí, este encuentro es inima-
ginable.
Los que hablan son pacien- te y médico. Un baleado por la Triple A, el 11 de mayo de 1974, y el jefe de guardia del Hospital Salaberry, donde fue trasladado. Carlos Mugica, el sacerdote, debería haber estado en el encuentro pero murió en el quirófano. Marce- lo Larcade anunció su deceso después de pelear contra un cuerpo con 14 orificios de bala. Ricardo Capelli se salvó. Tenía cuatro disparos y mu- cha suerte porque una de las balas le pasó por la curva que pega la aorta cuando sale del corazón.
Cuarenta años más tarde de esa tarde, en la redacción de Tiempo Argentino se vuelven a ver. En realidad, el único que vuelve a ver es Larcade, por- que Capelli casi no se acuerda de él. El shock se ocupó de per- mitirle recordar sólo lo sopor- table. Y a lo largo de la tarde, se encontrará con sorpresas que lo emocionarán. Larcade le contará cómo lo operó, le dirá que Mugica pidió que no lo tocaran a él hasta que no lo operaran a su amigo, dirá al- go inédito: que el quirófano, mientras operaba a Mugica, estaba ocupado por unas 300
"No sé lo que duele el cuchillo. La bala duele mucho. Hubo balas que a Carlos le dieron vuelta por todos lados."
personas, entre policías uni- formados y de civil, que espe- raban la confirmación de la muerte. Los dos contrastarán certezas, hipótesis, entre ri- sas y lágrimas. Y se abrazarán fuerte, se prometerán verse a
menudo.
ML: –Un día en Mataderos era tres veces peor. Era un hospi- tal de guerra. Venían apuñala- dos de todas partes. Y en esa época se peleaba a cuchillo. No es chiste.
RC: –Yo no sé lo que duele el cuchillo, pero la bala duele mucho. Es terrible.
ML: –
Tiene una capacidad de destrucción inimaginable. RC: –Hubo balas que a Carlos le dieron vuelta por todos la- dos.
ML: –Sí, hasta el páncreas le agarró. Después de leer la autopsia, a la que accedí hace unos pocos días, respiré hon- do y me dije: "Se murió porque se tenía que morir."
RC: –De todas maneras, qué compromiso el tuyo. Operar con el quirófano lleno de ma- tones. Yo no salí del pasillo. Lo que vos me hiciste a mí me lo habrás hecho en el pasillo. ML: –En el consultorio de la guardia. Ahí estaban los dos. Te puse anestesia local. ¿De qué lado había sido?
RC: –Izquierdo.
ML: –Te puse un tubo de dre- naje y con eso se descompri- mió el hemotórax que tenías. Vos tuviste una conexión para el Rawson.
RC: –Sí. Vino un amigo mío médico a ver qué pasaba y
habló con un colega tuyo y le dijo: "No, no te preocupes. Eso cierra solo." Entonces mi ami- go entró a llamar por teléfono a otros cinco y entre todos me robaron. Me metieron en una chata. Yo me desperté ahí y vi una prima mía que estaba sosteniendo un suero que aho- ra supongo que me lo pusiste vos.
ML: –Sí. Aparte tenías un tubo en el tórax que iba a un reci- piente que en esa época era de vidrio, con un drenaje bajo agua que permitía que salie- ra aire del tórax pero que no entrara.
RC: –¿Y a vos te dejaron traba- jar conmigo?
ML: –Con vos sí.
RC: –Porque calculá que yo era también boleta. A mí me saca- ron al Rawson a los tres días después de que vino el yerno del Brujo, Jorge Conti, a ver- me. Me dijo: "Ricardo, ¿viste lo que le pasó a Carlitos?" Y así yo me entero de que Carlos había muerto. A mí me lo estaban es- condiendo. "Mirá –me dijo–, yo vengo de parte de don Pepe para lo que necesites." Don Pe- pe era López Rega.

ML: –¡Uy, la puta madre!
RC: –Entonces yo le dije a mis amigos: "Sáquenme de acá." Y así todo entubado como estaba, rodeado de canas, me sacaron.
ML: –El quirófano, cuando lo operé a Mugica, estaba lleno de canas. Habría 300 personas adentro mientras operaba. RC: –¡¿Esperando que se mu- riera Carlos?!
ML: –Sí. Esperando la certifi- cación.
RC: –Una vez que se murió, ¿se fueron?

ML: –Sí. Hubo como una espe- cie de desbande y luego salie- ron. El objetivo estaba cumpli- do. Era la certificación
RC: –¡Qué hijos de puta!
ML: –Había policías y también mucha gente de civil. Es decir, de esa gente que uno en esa época no paraba por la calle para preguntarle cualquier cosa.
RC: –Yo sólo alcancé a ver al padre de Carlos y a mi herma- no.
ML: –Yo ha
blé con el padre de Carlos, Adolfo Mugica. Un se- ñor bajito, muy elegante, con un sobretodo con el cuello le- vantado y la solapa de tercio- pelo, y un sombrero que si no
era un bombín, era parecido. RC: –Adolfo era del Partido Conservador. Y como toda fa- milia partricia, ellos querían tener un hijo cura o un hijo militar, en lo posible en la ma- rina. Se les cumplió lo del hijo cura, pero les salió "fallado". Como yo no recordaba qué pa- só después, siempre me quedé
"Para todos,
la noche de la muerte de Mugica fue siniestra
y espantosa. Inimaginable."

pensando, Marcelo, cómo ha- bría sido la atención de Carlos. Yo no sabía. No llegué a saber quién fue que operó. Vos me viste a mí, pero eso que viví ahí no recuerdo.
ML: –Para todos esa noche fue siniestra y espantosa. Inima- ginable, a pesar de que en ese momento pasaba de todo. RC: –Yo nunca pensé que se iban a animar.
ML: –Pero se animaron.
RC: –Lo que pasa es que cuan- do sabés quiénes son te das cuenta.
ML: –¿Cómo no se iban a ani-
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mar? Si tenían todo para eso y mucho más.
ML: –Yo los veía en Bienestar Socia
l, pero siempre creí que era la custodia del Brujo. No sabía entonces que era la Tri- ple A. Ellos mataban por las dudas, también.
RC: –Si había error en exceso no pasaba nada.
ML: –Mi esposa tiene un her- mano detenido desaparecido. Tuve muchos meses gente ca- minando por la cuadra de mi casa, esperándolo.

RC: –Ellos también mataban donde había guita. Mataban y se llevaban la plata. ¡Había inmobiliarias! Una vez llegué al despacho de Jorge Conti,
"Salgo y lo veo a Carlos, y te veo a vos.Avosteibaa drenar el tórax otro médico. Y Carlos me dijo 'no'."
que estaba con un tal Roque Escobar, y un tal Martínez, de Mendoza. Los tres miraban un plano enorme. Yo trabajaba en la Bolsa de Cereales entonces. Y me decían; "Vos Ricardito, que estás en cereales, agarrate una parte de esto." Era un pla- no de Camet. Habían liquida- do a todos y se quedaban con sus campos. ¿Sabés que no ten- go título para eso? No sé cómo llamar a esa gente. Así como pasó con las Chacras de Coria, con Massera. ¡Se repartieron todo! Después, en el '78 me chuparon. Y, Marcelo, ¿qué te dice tu familia de que te en- contraste conmigo después de tanto tiempo?
ML: –Ellos están muy conten- tos. Mi familia es muy linda. Vivo con mi esposa desde hace 48 años. Tenemos cinco hijos y 12 nietos. Mi mujer me llamó hace un rato para ver cómo estaba.
RC: –¿Y por qué se te dio por aparecer ahora?
ML: –Yo estuve repasando la historia. En muchas oportuni- dades fui a los homenajes que se le hicieron a Carlos Mugica, pero parece que nunca estuve en el lugar y el momento ade- cuados.
RC: –Yo aparecí en el '89. Estu- ve 25 años autoexcluido. Hasta el '83 estuve amenazado, con- trolado. Me llamaban a mi ca- sa: "Capelli, te vas a morir." ML: –¿Y del Rawson a dónde fuiste?
RC: –A la casa de mi vieja. Pen- sé que ahí no me iban a encon- trar. Una vez fui a Alpi, en la calle Echeverría. Ahí hacía la rehabilitación de la mano. Cuando volvía a mi casa, vi un revuelo de gente. Resulta que debajo de la ventana que daba a la calle, de la habitación en la que dormía, habían dejado una corona con mi nombre. Tenía una bomba. Una vecina me dijo: "Rajá." Así eran las cosas. Mirá, yo tengo acá una marca que es de bala.
Aunque Marcelo Larcade se acaba de jubilar, tiene ojos y dedos de cirujano intrépido. Capelli se abre la camisa y le muestra la zona de la cla- vícula. Larcade pone el dedo índice en su piel y es preciso.
ML: –Acá está. Esta es la marca. Por acá entró la bala. Ahí, al lado de esa marca está el caya- do de la aorta, es una arteria de buen calibre que pega una vuelta.
RC: –Era una bala de 9 mm. ML: –La ví.
RC: –Por eso, encontrarte a vos, es un disfrute.

ML: –Cuando Carlos y vos en- tran al Salaberry, yo estaba operando a otra persona en el quirófano. Y me vienen a avisar. "Doctor, está el padre Mugica y otro más, heridos de bala." El Salaberry era un hospital de guerra. El quiró- fano funcionaba las 24 horas. Lo que pasaba en la Ruta 3, de allá hasta Bahía Blanca, iba a parar al Salaberry. Y siempre teníamos trabajo. Yo estaba en la guardia del sábado de 24 horas. Lo primero que apa- recía cuando uno entraba al hospital era la guardia. Y los sábados estaba llena de gente. A la izquierda estaba la sala de hombres y a la derecha la de mujeres. Había una sala de espera y después una sala enorme con camas una al lado de la otra donde estaban los in- ternados en la guardia.
RC: –¿Pero vos qué tenías?, ¿veinte años?
ML: –Tenía 32 años. Me recibí
a los 21. Estaba acostumbrado a recibir heridos y gente en mal estado. Yo estaba en el servicio de tórax. El jefe era Ayas y era muy exigente, un maestro del alma, discípulo de Finocchieto.
RC: –Perdón, te interrumpí. ML: –Cuando terminé de ope- rar, salgo y lo veo a Carlos y te veoavos.Avosteibaadrenar el tórax otro. Y Carlos me dijo "No".
RC: –Eso no lo recuerdo.
ML: –Los dos estaban despier- tos. Carlos se estaba confesan- do con un cura amigo. Cuando yo me lo voy a llevar, m
e dice: "No. Operalo a él." Le dije que sus heridas eran más impor- tantes. "Yo no quiero que me operes a mí antes que a él", me dijo. Y como lo tuyo era corto, era sólo poner un tubo en el tórax y un drenaje, entonces lo hice.
RC: –No te puedo creer.
ML: –Más cristiano que decir "arreglalo a él antes que a mí, conmigo después vemos" es imposible. Eso es dar la vida por el otro. Él eso lo había hecho ya. Mil veces lo había hecho.
RC: –Y enfrentándose con quienes no lo querían para nada.
ML: –Al convencido no lo pa- rás. Y más si es un convencido

"Cuando a mí
me dice 'Fuerza Ricardo que salimos', lo balbucea. Por eso me sorprende que me digas que estaba tan lúcido. Cuando íbamos en el auto, él no gritaba."

Ricardo Capelli
de cuestiones morales, de la Iglesia. Es una decisión de vi- da. Y él la llevó a cabo hasta el final.
RC: –Eso no es humano.
ML: –Mirá, Carlos estaba lúci- do. ¡Tenía una lucidez! La per- sona que está pensando, desde el punto de vista humano, en su muerte, no dice "Operalo a mi amigo." Sólo piensa que termine lo que está pasando. RC: –Lo que contás me da más culpa, Marcelo. Carlos tendría que haber vivido, no yo.
ML: –¡No! Él no tenía las condi- ciones para vivir. Si vos tenías un 15% de probabilidades de morir, el tenía 98. O 99. Yo te la saco la culpa. ¡No te enojes con tu destino!
RC: –Cuando a mí me dice "fuerza, Ricardo, que salimos", lo balbucea. Por eso me sor- prende que me digas que esta- ba tan lúcido. Cuando íbamos en el auto, él no gritaba.
ML: –Vos deberías tener dos impactos.
RC: –Cuatro.
ML: –Bueno. Ca
rlos tenía 14. Era un colador.
RC: –¡Qué bueno es conocerte! Ya creo que estoy para dar las hurras. Doy las hurras y me voy. Yo no sabía todo esto que contás. Y eso que yo estaba bien. Lo único que me acuer- do es que en un momento yo tenía la respiración chiquitita así. Como pequeños jadeos. ML: –A vos el tubo te lo pusi- mos en el consultorio. Primero te dimos anestesia local. Des- pués me fui al quirófano con Carlos.
RC: –Y ya estaban los tipos adentro.
ML: –Era un mundo de gente. Todo el quirófano lleno de gente que no conocía.
RC: –¿Y vos no podías decir que salgan?
ML: –Normalmente el cirujano hace un gesto, y todo el mun- do se va. Sin hablar. Pero ese día no. Había una banda de mafiosos adentro del quirófa- no que lo único que buscaba era la certificación de la muer- te de Carlos. Si él se salvaba y quedaba en el hospital, le po- drían haber hecho mil cosas. Más inseguro que el hospital no había nada. El objetivo era que Carlos no estuviera más. Que se acabara.
RC: –¿Y cuánto tiempo estuvis- te operándolo?
"Normalmente
el cirujano hace un gesto y todo
el mundo se va. Pero ese día no. Había una banda de mafiosos en el quirófano que lo que buscaba era la certificación de la muerte de Carlos."

Marcelo Larcade
ML: –Más o menos dos horas. RC: –Nosotros entramos a las 8. No sé lo que tardamos en llegar porque íbamos en un Citroen 12V. No sé lo que tarda en llegar. Atrás iban el cura (Jorge) Vernazza, María del Carmen (Artero) y Carlos. Adelante, el chofer y yo.
ML: –¿Y después cómo en- gancharon que eran (Rodolfo Eduardo) Almirón y (Juan Ra- món) Morales los que dispara- ron?
RC: –Porque yo lo conocía a Al- mirón del Ministerio de Bien- estar Social. Lo que no pude ver es el arma, porque ese día llovía y el arma estaba tapada por el piloto.
ML: –¿A Carlos lo mató Almi- rón?
RC: –Sí. A mí me dispararon desde otro frente. Había más. Y todos se subieron a un Chevy y se fueron arando. Ahora, si vos me decís que en el Salaberry había 300 tipos, entonces ya sabían. Se fueron para allá. ML: –Yo estaba abstraído de todo lo que pasaba más allá de la camilla. Empecé a reca- pitular después de la muerte de Carlos, al rato que salimos del quirófano. El hospital era un gentío. Nunca un herido había convocado semejante cantidad de gente.

RC: –¿Cuándo te enteraste vos
de que era Carlos?
ML: –Alguien entró al quiró- fano a avisarme que estaba Carlos Mugica. El era un tipo admirado por mí. Yo he traba- jado toda la vida en barrios. En Bella Vista atendía el barrio Santa Ana con unas monjas que eran una maravilla.
RC: –¡Qué cosa que no me acuerdo de cuando me pusis- te el tubo!
ML: –Es que con estrés te ban- cás todo. En la guerra se ampu- taba con estrés.
RC: –Sí, pero esto no era la guerra.
ML:
¡Pero lo que te tocó a vos, en lo personal, sí! Vos no te- nías armas.
RC: –Yo no sé manejar un ar- ma. Nunca la manejé y siem- pre les tuve miedo. Carlos tampoco manejaba armas. Jamás.
ML: –Esto que pasó, que ha- blamos 40 años después, es lo más trascendente que me pasó en mi vida de médico. Y durante mucho tiempo yo no lo pude ni contar.
RC: –Yo no lo sabía.
ML: –No lo sabía nadie.
RC: –Y mirá en qué momento me lo viene a contar. Ahora que se está poniendo otra vez de moda la teoría de la Triple A y Montoneros.
ML: –Pero uno vivía en una so-

"Si vos decís que en el Salaberry había 300 tipos, entonces ya sabían. Se fueron para allá."
ciedad dividida. Dentro de la sociedad y hasta de la familia, había gente que veneraba al padre Mugica y otros que es- taban contentos de su muerte. Otra cuestión es que yo nunca tuve acceso a la historia clíni- ca ni al parte quirúrgico. El punto es que en un hospital de heridos, después de que atendías a una persona que llegaba en esas condiciones, te pasabas la vida desfilando por los juzgados.
RC: –¿Nunca te llamaron a declarar?
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ML: –Nunca. La policía veía el parte, o la historia clínica, y te llamaba a declarar. Entonces el médico tenía que ir a con- tarle al juez. Después llegaba un médico legisla que ponía tribunales y preguntaba por qué no se había hecho esto o aquello. El punto es que cuan- do vos tenés en la camilla del quirófano un tipo que se está muriendo, lo primero que te- nés que hacer es tratar de que no se muera.
RC: –Y a vos nunca te llama- ron.
ML: –A mí me gustaría ver una copia del parte quirúrgico. Pero lo más probable es que hayan secuestrado la historia clínica. Hoy, en 2014, es impo- sible sacar una historia de un hospital si no tenés una orden judicial. En ese momento no existía nada de eso.

RC: –Pero el parte lo hiciste. ML: –¡Sí! Y la historia también. Por eso esperaba que me lla- maran a declarar. Siempre des- pués de un herido de bala, un accidente, un muerto, tenés que pasar por el juez. Además, era un hecho muy trascenden- te. Nunca me llamaron para nada. El hospital quedó muy connmocionado.
RC: –Quiere decir que esto es-
oPInIÓn
ta". ¿Carlos tuvo la respiración así?
ML: –No. Él entró consciente a la sala de operaciones. Na- die cede su lugar en el último escalón.

RC: –¿Vos sabías que se mo- ría?
ML: –Sí. No había forma de solucionarlo. Hoy un herido así entra a una institución que tiene el recurso de tener una bomba de circulación extra- corpórea y probablemente se salve.

RC: –¿El corazón de Carlos es- taba dañado?
ML: –Sí.
RC: –Cuando Almirón le tira- ba, Carlos se empezó a desli- zar por la pared. Le tiraba de arriba para abajo. Por eso no tenía la cara dañada. ¿Tenía algún tiro en la espalda?

ML: –Tenía todos disparos de salida. A él lo balearon de frente.
RC: –Yo pienso que la manera de entender a Carlos es enten- der su bondad.

ML: –Yo siempre tuve la sen- sación de haber operado a un santo. Y lo que hizo Mugica en ese momento fue un acto de amor. Eso es dar la vida. Es dar todo.
* Autora de la biografía “El inocente, Vida, pasión y muerte de Carlos Mugica”
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"Nunca me llamaron para declarar, para nada. El hospital quedó muy conmocionado."
taba todo concatenado.
ML: –Repasando la historia me preguntaba, ¿por qué ha- bía tanta gente? Porque que- rían certificar la muerte. No había ningún objetivo en ese momento.
RC: –¿Y no te acordás de nin- guna cara?
ML: –Era un mundo de gente. Es más, toda la guardia quedó conmovida. Carlos Mugica era una persona muy conocida. RC: –Carlos era tremendo. Era muy hábil, era muy carismá- tico. Como cura, llegaba hasta lo más hondo y como tipo era

Hay un instante en que el universo que lo comprimió 40 años, que anudó la Pudo con la de Ricardo. No con la de
Carlos Mugica.
Los 14 balazos del hijo de puta de

Rodolfo Almirón, culata ensorbecido del brujo criminal José López Rega, había sellado el destino del cura de los pobres. Nada pudo hacer entonces cuando "un santo murió" en sus manos. Hoy aporta, por primera vez, su testimonio. María Su- carrat los reunió. Y provocó ese instante.
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se paraliza. No sucede casi nun-
ca. Es cuestión de andar aten- tos o simplemente con suerte. Pasó el martes 29 a eso de las 15. Este oficio terrestre permite meterse en las histo- rias ajenas en puntas de pie, voyeuris- mo profesional, así fue que la puerta entreabierta de la oficina posibilitó espiar un abrazo que detuvo el tiempo,
garganta del más curtido: Marcelo Lar- cade, jubilado, de profesión cirujano, se abrazó cuatro décadas y nueve días después con el tipo al que le salvó la vida en una camilla del Hospital Salabe- rry, la noche oscura del 11 de mayo de 1974. Ricardo Capelli apretó contra su pecho a ese desconocido que andaba de guardia salvado vidas aquel otoño.
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genial. Íbamos a comer afuera, no nos cobraban. La gente por la calle lo paraba. Todos tenían algo para decirle o lo que- rían saludar. La gente estaba muerta con él. Y las mujeres también. Cuando entramos al hospital, estábamos los dos con las patas para adelante. Adelante nuestro estaba el quirófano.
ML: –Cuando salí de operar, los dos ya tenían las cosas básicas. Radiografía de tórax, grupo sanguíneo y las vías de suero. Las personas que se metieron al quirófano llegaron después
que llegaron ustedes.
RC: –Es que entre que vos salís del quirófano y entra Carlos, ahí se habrán metido las perso- nas. No tengo ni idea el tiempo que pudo haber pasado.
ML: –Calculá media hora.
Entrequeyoteveoavosya Carlos, ya haría por lo menos media hora que estaban en el hospital. Estaban los dos conscientes. Lo tuyo habrá llevado 20 minutos. Yo quisie- ra encontrarme con el parte quirúrgico.
RC: –¿Hablaba bien?
ML: –Te repito, para que una persona ceda su lugar a otro, tiene que estar más que lúcida. No es algo del orden incons- ciente. Puede ser inconsciente en una mamá que cede su lu- gar al hijo porque piensa en él las 24 horas. Lo más probable
es que intuía su muerte.
RC: –No creo.
ML: –Las personas intuyen, Ricardo. No se equivocan en eso.
RC: –Yo sentí la muerte cuan- do tenía la respiración "corti- 
ta". ¿Carlos tuvo la respiración así?
ML: –No. Él entró consciente a la sala de operaciones. Na- die cede su lugar en el último escalón.
RC: –¿Vos sabías que se mo- ría?
ML: –Sí. No había forma de solucionarlo. Hoy un herido así entra a una institución que tiene el recurso de tener una bomba de circulación extra- corpórea y probablemente se salve.

RC: –¿El corazón de Carlos es- taba dañado?
ML: –Sí.
RC: –Cuando Almirón le tira- ba, Carlos se empezó a desli- zar por la pared. Le tiraba de arriba para abajo. Por eso no tenía la cara dañada. ¿Tenía algún tiro en la espalda?

ML: –Tenía todos disparos de salida. A él lo balearon de frente.
RC: –Yo pienso que la manera de entender a Carlos es enten- der su bondad.

ML: –Yo siempre tuve la sen- sación de haber operado a un santo. Y lo que hizo Mugica en ese momento fue un acto de amor. Eso es dar la vida. Es dar todo.
* Autora de la biografía “El inocente, Vida, pasión y muerte de Carlos Mugica” 

2 comentarios:

  1. que impresionante, cuanto odio, por suerte el amor y dios siempre estan, en los peores momentos nos levantan a upa !!!!!

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  2. "Larcade le contará cómo lo operó, le dirá que Mugica pidió que no lo tocaran a él hasta que no lo operaran a su amigo"... solo esto basta para saber quien era Mugica!!!

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