La Raulito según Marilina Ross
El hombre del guardapolvo blanco camina con expresión preocupada; la muchachita delgada vestida con campera y pantalón sucios y rotos le sale al paso para preguntarle, angustiada: "¿Es cierto eso, doctor?". Entonces una voz estentórea ordena: "¡Corten!". Es la de Lautaro Murúa, director del equipo de filmación de La Raulito, la nueva película de la productora Helicón, la misma que logró un triunfo en 1974 con Quebracho. Técnicos, actores, periodistas y curiosos se desplazan por las ocho manzanas del Hospital Alvear siguiendo las tomas: el médico canoso es Duilio Marzio -recuperado para el cine a su vuelta de los Estados Unidos-, la muchachita abrumada es Marilina Ross, notablemente entregada a su personaje.
A un costado de la cancha de fútbol del hospital, Marilina busca un sitio para aislarse y poder conversar con Siete Días sobre todo lo que esta creación representa para ella y para sus compañeros.
"Hace cuatro años que esperaba esta oportunidad, desde que hiceNadie en el ciclo Cosa Juzgada. No me cansaba de repetirle a Juan (Juan Carlos Gené, autor del libreto original para televisión) que había que llevarlo al cine; una historia así tiene que filmarse al aire libre, en la calle. Es el papel más importante de toda mi carrera y probablemente de toda mi vida artística". Los jugadores se acaloran, se sacan las camisetas, redoblan los gritos cuando la pelota se les escapa de los confines de la cancha. Junto a un árbol de enorme copa, entre extras y técnicos que caminan llevando termos de café, se distingue el pelo rubio y brillante de Anita Larronde, las siluetas de Elba Fonrouge y Adriana Aizemberg. Todas ellas han participado en una escena que recreaba una sesión de terapia en el Hospital Neuropsiquiátrico. Pintaban bajo las ramas del árbol, controladas por los médicos que comentaban su trabajo.
Marilina come sin entusiasmo, como si cumpliera con una obligación fastidiosa: "Es que esta ropa, esta roña -explica- crean un condicionamiento a ciertas actitudes, a gestos especiales. Cuando estoy vestida así no me importa tirarme en cualquier parte, y me he dado cuenta que hasta estando sola en casa adopto gestos que no son míos, para caminar, para hablar por teléfono. Soy otra. Cuando vi a La Raulito, lo primero que me preguntó es cómo terminaba la película. Se lo dije. Claro, era como preguntarme cómo iba a terminar su propia vida. Es un ser humano simpático, conversador, risueño. Quise saber por qué se había vestido de hombre y me contestó: Es que ser mujer es duro, se sufre mucho, me vestí de hombre para defenderme, para ganarme la vida. ¿Te das cuenta? Sin saberlo, sin proponérselo, fue como una especie de feminista creada por la circunstancia. Cuando hablamos llevaba puestos unos aritos, con toda naturalidad pero sin coquetería, como para ratificar su condición femenina. El tener que vestirse de hombre y hacerse pasar por tal siendo verdaderamente una mujer le hizo perder momentáneamente su identidad. Porque ya no era ni hombre, ni mujer, ni un chico. No era nada, nadie". El almuerzo ha terminado; los técnicos cargan el equipo para trasladarse a filmar a otro pabellón y seguir apresando en el celuloide la elusiva, módica vida de La Raulito.
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