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Lo que nos queda es remar, remar con fuerza

8 de diciembre de 1985 - Clarín Revista – Edición N° 14.305

La actualidad de Marilina Ross, una cantautora que utiliza sus dotes de actriz

“LO QUE NOS QUEDA ES REMAR, REMAR CON FUERZA”

Por: DIANA CASTELAR

A primera vista, conserva intacto su aire adolescente, aquella fresca sonrisa de “la nena”, el travieso personaje que interpretara junto aOsvaldo Miranda. Pero las incipientes y finas arruguitas que se marcan alrededor de los ojos, algún repentino rictus de amargura se encargan de testimoniar el paso del tiempo.

Marilina Ross –que ahora prefiere ser llamada María, su verdadero nombre- ha atravesado desde entonces duras circunstancias. Desde el desgarramiento surgido del exilio forzoso –“era tanta la tristeza que hasta podía pasarme 24 horas seguidas llorando”– hasta el cuestionamiento de su propia historia, que la llevó a entender que la vida es un constante cambio y también un aprendizaje: muchas letras y títulos de sus canciones están referidas al I Ching, el Libro de las Mutaciones.

Porque después de hacerse un nombre como actriz, a su vuelta al país Marilina decidió volcarse a la composición y a cantar sus propias canciones, como si una neta línea separara su vida y su profesión en un gran antes y un gran después. Bajado ya el telón sobre su último y exitoso espectáculo musical montado en el teatro Ópera, y en vísperas de iniciar una gira por las ciudades de la costa, habla de su regreso. “Decidí volver porque entre morirme de tristeza allá lejos, como le sucedió a Luis Politti, preferí venir a morir acá. O a vivir. Felizmente, viví, pero tuve que pasar por muchos miedos para decidirme a hacerlo.”

-Hace ya tres años que usted es profesional de la canción. Pero ¿se considera una actriz-cantante o una cantante-actriz?

-No soy exactamente una cantante sino una persona que cuenta historias. Historias que tienen que ver conmigo y con mi gente.

-Pero su carrera se inició en el teatro, ¿no es así?

-Sí, mi primer papel fue en Lucy Crown, con Luisa Vehil. Venía de estudiar en el teatro infantil Labardén desde los ocho años. Como la nena que era muy graciosa, le hicieron estudiar teatro.

-¿Y la nena estaba en desacuerdo?

-A mí me divertía mucho. Sin embargo, con el tiempo me daba cuenta de que lo que más me gustaba era la música. Estaba lanzada como actriz y no había forma de parar, pero seguía cantando y componiendo para mí.

-¿Alguien sabía de esa otra faceta suya?

-No demasiada gente. Pero en el año ’65, en el primer café concert que se hizo acá, El tiempo de los carozos, la música era mía. Trabajaban importantes actores, como Federico Luppi; después yo salía con la guitarra y hacía mis canciones.

-Hay una marcada diferencia entre la traviesa adolescente deLa Nena y la dramática historia de La Raulito, que marcó su consagración como actriz. ¿Cómo llega a ese resultado?

-Ese personaje tan querible fue un proyecto mío. En un programa deCosa juzgada, que se hacía con casos auténticos que se sacaban del archivo de Tribunales, surgió ese ser, que me pareció conmovedor. Me fui a conocerla y se produjo una gran comunicación. A partir de entonces quise hacer una película, busqué producción, dirección. Hubo muchos productores y directores que me dijeron que no iba a andar: me costó cinco años concretar el proyecto.

-Usted vivió los tramos finales de esa filmación con bastante sobresalto.

-Sí, cuando rodábamos las últimas escenas estaba amenazada. Y en algún monólogo de La Raulito hay algo mío: me parecía injusto –como a ella- que no me dejaran ser lo que realmente quería.

-¿Y qué quería?

-Decir cosas. Durante mucho tiempo lo hice con las palabras que escribían otros. Después mis canciones me dieron el empujoncito para decir lo que yo misma sentía.

-¿Sus canciones son de protesta?

-No. Siempre reflejan lo que me está pasando o lo que sucede a mi alrededor. Como Puerto Pollensa, que es casi testimonial; La plaza blanca, que dediqué a las Madres de Plaza de Mayo, o A mis seres queridos, donde hablaba del exilio.

-A propósito de ese tema, ¿en qué año se fue del país?

-En 1976, un año que pienso quedará marcado con rasgos indelebles en la memoria de los argentinos.

-La elección fue España, ¿no es verdad?

-Sí, allí no tenía problemas de idioma; además era la patria de mis padres. Se daba también la circunstancia de que La Raulito llevara allí un año y medio en cartel. Eso favoreció mi trabajo y filmé seis películas prácticamente sin pausa. También hice finalmente La Raulito en libertad, otra vez bajo la dirección de Lautaro Murúa.

-¿Cómo fue su vida allí?

-El primer año y medio fue muy angustiante para mí. A pesar de tener éxito y de ser una figura muy querida y respetada, toda la primera época fue tremenda. Allí encontré brazos abiertos, pero yo estaba mal, no podía gozar ni disfrutar de todo lo que se me brindaba.

-¿Y qué le daban?

-Mucho, muchísimo afecto. Por otra parte la vida de un actor es mucho más cómoda materialmente y yo era una de las actrices mejor pagas de allá: nunca gané tanto dinero como en España. Curiosamente eso me sirvió para darme cuenta de que no era lo que quería.

-Y entonces se volvió, claro.

-Sí. Lo hice en el año 1980, en pleno proceso, perfectamente enterada de las cosas que sucedían aquí, porque en el exterior se sabía mucho más que en la propia Argentina. Y vine aquí con mucho miedo, a que me mataran o a morirme de hambre por no poder trabajar.

-Entonces empezó a cantar.

-Al estar prohibida como actriz, comencé a tocar la guitarra en un boliche chiquito, para sobrevivir. Lo primero fue en la ciudad de Córdoba, a fines del ’80. Allí me encontré con Rubén Ceballos, que tenía un pub y me propuso que fuera con la guitarra. Fue lo primero que hice y me resultó fantástico ese primer reencuentro con el público, aunque era muy poquita gente, muy temerosa. Después seguí en Buenos Aires, en otro boliche chiquito de la calle Las Heras.

-Ahí fue ganando espacio.

-Sí; empezamos a buscar lugares para cada vez más grandes, hasta que actué en un estadio. No lo podía creer. Felizmente, fue todo muy paulatino; de otro modo podía haber sido muy fuerte el cimbronazo.

-También se fue formando su grupo.

-Empecé sola con la guitarra; después tenía un pianista, un bajista, y así se empezó a armar la banda.

-¿Cómo definiría sus temas?

-Casi como la historia de mi vida. Porque al hablar de mis experiencias estaba explicando que se podía atravesar los grandes pozos, aguantar y salir fortalecida.

-¿Cuál fue el primer tema que grabó?

-El punto de partida fue Puerto Pollensa, que no grabé yo, sinoSandra Mihanovich. Con esto sucedió algo particular, Marilina Ross estaba prohibida pero no la ciudadana María Celina Parrondo, mi verdadero nombre. Todos creían que era un tema de una autora venezolana.

-Y sus propios discos, ¿cuándo y cómo empiezan?

-A partir de un hecho dramático. Durante la guerra de las Malvinas solo se podía pasar música nacional. Y de estar prohibida y no poder grabar me encontré de pronto con tres sellos que pedían mis temas.

-¿Y cuándo volvió a la televisión?

-Exactamente con el gobierno del presidente Alfonsín. El 9 de diciembre hice en el estadio de Atlanta el recital de bienvenida a la democracia y el 12 estaba en televisión, en el programa de Juan Carlos Mareco.

-Escuchándola, parece como si en su vida hubiera divisiones muy netas, como si la cantante hubiera sepultado directamente a la actriz.

-No del todo. Son recitales de canto, pero también interpreto estas canciones. Mi último trabajo es casi una comedia musical donde hasta los músicos actúan. O sea que propongo la canción como espectáculo. Para esto trabajé con Susana Torres Molina, que aportó imaginación y talento a la puesta.

-Ahora está de vuelta en la patria. ¿Cuáles son sus sentimientos?

-Sencillamente acá soy yo; allá estaba la mitad mía. No puedo ser objetiva y pensar qué sitio del mundo me conviene más para vivir. Éste es mi sitio: yo prefiero el tercer mundo porque ése es mi lugar.

-¿Cómo resumiría su vida hasta aquí?

-Puedo decir que me pasó de todo. Tuve miedo y felicidad, amores y odios. De todo esto me queda un sentido nuevo de las cosas, una gran claridad y también cierta osadía. Me queda cada vez menos tiempo; entonces tengo que atreverme más.

-¿Atreverse a qué?

-A vivir, a emprender cosas nuevas, a asumirme tal como soy. A disfrutar y también a sufrir cada momento, porque sé que no volveré a pasar por aquí.

-Por último, ¿Qué quiso significar con Cruzando las grandes aguas, título de su último espectáculo?

-Lo tomé de una frase del I Ching, el Libro de las Mutaciones. Y la última canción tiene que ver con lo que pienso en este momento del país.

-¿Qué dice exactamente?

-Dice que nuestro barco ya zarpó a cruzar las grandes aguas sin que nadie pueda detener nuestra marcha. Estamos entre dos costas lejanas: atrás la noche, por delante el alba. Entonces lo que nos queda es remar, remar con fuerza.

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