Tiembla casi imperceptiblemente cuando habla de sus druida personales, del largo camino del "conocimiento" (que no es la acumulación de datos) y me explica que esto la emociona porque es un giro ascendente en su propia humanidad.
Pienso que para la persona que no haya pasado por estas "curiosidades", Marilina Ross y yo misma vamos a parecer muy locas. No interesa, hay locuras que merecen la pena.
Ella aprendió, de alguna manera, a ver el otro lado de todas las cosas. A no quedarse solo enredada en la superficie, en los aspectos exteriores. Pero teme que la máquina de la sociedad la aleje de su centro.
"Trato de no olvidarme -dice con ojos húmedos de pitonisa- de todo lo que aprendí. Porque a veces, dentro de esta gran rueda que gira cuesta encontrar tiempo y espacio para alimentar 'ese' mundo. Espero no tenerme que ir de nuevo a España, tan mágica, para reencontrarlo si se me pierde. Te digo esto porque ahora estoy pasando más por el momento de dar que de meditar o recibir. Y cuando se está tan volcada hacia afuera, da miedo."
Le pregunto cómo se las arregla para mantener viva esa magia dentro del ritmo de la gran ciudad... ¿acaso con la soledad?
Dice con una exclamación: "Sí. Es fundamental. La soledad es el primer puerto por el que hay que pasar para oirse, y saber qué nos pasa. Pero saberlo no con el cerebro, sino con el cuerpo, las tripas, los sentidos. La soledad, bien vivida, da cosas maravillosas." Ese viaje interior la llevó hacia la inmensidad del tema de la creación, de Dios, del infinito y lo eterno...
"Fui educada en el catolicismo y tomé la comunión como todas las chicas, pensando solo en el vestido o en el dinero que me darían. Durante muchos años no creí en nada, solo en el hombre. Que no es poco, pero no es todo. Después reconocí que hay algo más, mucho más fuerte y grande, que se puede llamar de tantas formas como religiones hay. Ahora creo fervientemente en algo superior, que podés llamar el 'Todo', energía viviente, Dios, magia, sol, naturaleza..."
En el salón y regando las plantas del fondo de la casa. Allí hay una pileta de natación y una gran huerta que Marilina cuida personalmente. "Esta casa es casi como un arca de Noé: encierra un pequeño mundo que quiero y en el que me siento bien."
Me recibió en una siesta casi de verano en su casona de Palermo. A primera vista no se adivinan sus cuarenta años. Tiene algunas arrugas pero solo se le notan de cerca. Por lo demás, no es ningún sex symbol: es más bien baja, menuda y mantiene a prueba de modas su estilo informal.
El fotógrafo le comenta que su casa parece la de un pueblo y le encanta la comparación. Tiene muchas habitaciones y muebles chinos, hindúes y españoles, plantas, tapices y mucho color. La misma variedad desopilante por armoniosa recoge su biblioteca, donde hay textos ecologistas, esotéricos, feministas y de filosofía. Además, es claro, de clásicos y novelas.
Antes de empezar a conversar pasamos por el precalentamiento de unos mates: quiere saber cosas del fotógrafo, de la productora y de mí. No se siente el centro de nada y se le nota. Estamos como en casa y nos olvidamos que vinimos a hacer una nota. "Así da gusto", pienso, mientras ella se va a maquillar para las fotos y yo me voy a tomar sol y escuchar su último disco. Vuelve abierta en una gran sonrisa. Toma otros mates. Riega unas plantas. Camina de aquí para allá.
Marilina, muy distendida, entra de lleno en el tema de la Argentina democrática. Y la tendencia de su pensamiento no es anécdota, es el sentir de bastante gente de su edad.
"Yo no perdí las esperanzas ni en los peores momentos. Así como fui saliendo de los pozos más terribles, pienso que al país le va a pasar lo mismo. Se aprende mucho de los pozos y del dolor y se sale fortalecido, más grande y sabio. Eso ocurre si uno logra meterse a fondo, sin tapar nada. Si en el país no se tapa nada, estos años nos servirán a todos.
"El pueblo -sigue diciendo Marilina- en su mayoría votó por algo, sorprendiendo hasta a esa misma mayoría. Más allá del partidismo (ella no votó por el radicalismo) creo que demostramos nuestro crecimiento. En estas elecciones dijimos que ya no queremos más ciertas cosas, como la prepotencia. Los que no modifiquen su actuación de acuerdo a este sentir, se quedarán atrás.
Su voz troca la suavidad inicial en aplomo y énfasis. Los ojos le brillan, pero la sonrisa queda velada cuando habla del país vapuleado. Le pregunto a dónde fueron a parar los sueños gigantes de nuestra generación.
"Con mucho dolor y muerte, aprendimos a aceptar la realidad. Ahora es muy difícil creer en la autodeterminación de los pueblos, cuando el mundo está dividido en dos, regido por dos potencias. Y ojo con que alguien mueva una ficha. Es casi tarea de titanes no depender de ninguna de las dos potencias. Pero pienso que es una posibilidad real del Tercer Mundo, en la cual yo creo. Hay que tener claro que los Estados Unidos no quieren que crezcamos. Ahora se ponen aparentemente contentos con nuestra democracia, pero si crecemos mucho nos van a querer parar. Pero sigo creyendo que vamos a crecer, aunque tengamos una pata o una manaza encima."
Emotiva hasta los tuétanos, un terrible gesto de dolor se le agranda en la cara cuando profundiza en el tema de nuestra generación, de nuestro desamparo colectivo.
Marilina pone sus manos en la nuca. Se acoda en el escritorio. Me canta esta canción, "Escaleras mecánicas". Me habla de la gran responsabilidad que tenemos todos en este planeta, el de evitar la hecatombe nuclear. Dice: "Eso es lo primero y esta tarea nos incluye a todos."
Explica, con una voz que apenas se oye, que tenemos muchas responsabilidades y que nos hicieron creer que no podemos hacer nada para transformar las cosas. Asegura que todos podemos y debemos hacer algo. Explica que la lucha de la mujer se dirige hacia el mismo sitio.
"Las mujeres, sin competir ni tratar de ganar, debemos intentar ocupar el lugar que merecemos, que nos corresponde y que no nos es dado. No hay que reprocharle al hombre que no nos dé ese lugar. Hay que conseguirlo. Las mujeres tenemos que empujar el límite hasta que estemos donde tenemos que estar."
"Cuando volví seguía prohibida como actriz. Entonces empecé a cantar en un boliche. Las canciones revelaban momentos de mi vida. Me pareció que era un lindo camino: volver al país cantando y contando quién soy y qué me pasó. Eso fue creciendo y los 'pubs' quedaron chicos. Y con una guitarra no alcanzaba y busqué a un pianista, luego a un baterista y un bajo. Y ahora me siento muy feliz haciendo esto."
El primer plano lo tiene ahora la música, que es su gran amor. "La actriz -explica- empezó a quedarse, a quedarse y se quedó. No siento nostalgias de la actriz. Cuando me canse de la música, o ella se canse de mí, o la gente se canse de ambas, me dedicaré a otra cosa. ¡Qué se yo! No quiero saber lo que va a pasar, prefiero que me sorprenda. Trato de vivir el 'aquí y ahora', de acuerdo a lo que siento y necesito en cada momento."
Cambia de lugar, se acomoda entre almohadones. Me explica que para ella: "El pasado es una referencia, son historias que me alumbran el presente. Pero no hay que quedarse atada al ayer. Lo pasado está muerto. Lo que está vivo es lo que vivimos ahora."
Ella se sitúa a cada instante en el vértice del momento, danzando con el destino y su libre albedrío.
"Hay -dice- un 50 por ciento de destino y otro 50 de libre albedrío. En cada situación tenés que decidir, como dice el 'I Ching'.
Entonces, o bien 'cruzás las grandes aguas', o te quedás quieto. Sin modificar. Todo depende del tiempo que te toque vivir."
En medio de la dictadura, Marilina creció como una plantita evitando los escollos para llegar a la luz. "El dolor -sostiene- te agiliza la imaginación. Y se puede crear hasta en una cárcel, porque no hay que quedarse inactivo esperando que exista el ámbito ideal. Hay que intentarlo todo, como sea."
Su último disco está dedicado a los amigos. Y lo explica:
En la amistad yo crezco y ayudo a crecer a los demás. En las relaciones de pareja conseguir esto es más difícil, quizás porque haya otro tipo de exigencias y compromisos. Con los amigos yo puedo tener otro tipo de relaciones. Más bien me ocurre que se me juntan ambas cosas. El amor es muy grande, incluye a un vecino, a un perro, vos y yo no estaríamos aquí. El mundo sería otra cosa si pudiéramos amar al prójimo como a nosotros mismos. Pero, si uno se ama mal, mal va a amar al otro. Para poder dar, hay que conocerse a sí mismo. ¿Viste?, siempre llego al mismo meollo."
Empezamos hablando de tantas cosas trascendentes y terminamos una charla frívola, hablando de las arrugas y del sentirse o no vieja.
"No sé lo que me pasa, pero no me siento vieja. Es como si no tuviera 40 años. A veces me miro en el espejo y me pregunto: ¿No pareceré disfrazada de nena? ¿Será que no asumo mi edad? Pero, un segundo después, llego a la conclusión de que no me importa. Cuando veo las canas, las arrugas, la papada o un atisbo de celulitis, pienso que está bien. Todo eso forma parte de este momento. Es la edad para tener todo eso. No me peleo contra los años, ni los oculto con cirugías. Por otra parte, también me digo: ¡Qué bien estás! Porque siento que nunca estuve mejor, ¡nunca! Pero no fisicamente, sino por dentro. Me gusta mi microcosmos espiritual. También lo que estoy haciendo. Ya sé que yo no canto, sino que berreo. Soy una contadora, que usa formas teatrales y mucho clima. Eso me encanta. Y estoy plena, a tope, viviendo cada instante como nunca antes había conseguido hacerlo, ni a los 10, ni a los 20, ni a los 30.
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